Periodista cultural, novelista y central izquierdo argentino
Se afirma que Platón (o quizás Sócrates) creía que no podemos conocer el mundo tal y como es (o que solo podemos saber que no sabemos nada), pues somos hombres en una caverna que apenas tenemos acceso a unas sombras en la pared. Y dicen ilustres plumas (Klemm, Volkoshinov, Garmaz) que esta filosofía del saber imposible, esta epistemología de la verdad oculta, llevó a los artistas clásicos a plasmar su angustia por el mundo incognoscible mediante la búsqueda de la perfección estética, de un realismo modelizado que hallaría (siglos más tarde) su exasperación en los cánones renacentistas y en la proporción áurea.
La modernidad, la
ciencia, el progreso (pero también la guerra y el horror) configuraron otro
arte, marcado por la rebeldía hacia lo establecido, la ruptura de códigos, la
búsqueda de sentido a un mundo caótico en donde los cánones clásicos se antojaban
caprichos vetustos. Es el arte del nihilismo y del existencialismo, un arte que
indaga en la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Del mismo modo,
muchas otras manifestaciones artísticas a lo largo y a lo ancho del planeta reflejan
una filosofía, una manera de entender, de ser y de estar en el mundo: desde los
íconos rusos a los arabescos; desde el minimalismo escandinavo a la caligrafía
japonesa; desde la arquitectura de los totalitarismos a las figuras de
papiroflexia. Cada forma de arte es la expresión de una cosmovisión.
En conversación
con mi amigo Jacobo Süller (que no entiende nada de arte pero que posee el
suficiente dinero como para dedicarlo a la filantropía), se me ocurrió pensar
cómo influyó Vladimiro Marrón en el arte contemporáneo y cuál es la
manifestación artística propia del marronismo. Creo haber dado con, al menos,
tres respuestas.
Para empezar,
Jacobo sugirió que los graffiti son una clara muestra de marronismo,
especialmente aquellos que encierran ingeniosas observaciones sobre la vida;
pero tuve que rechazar tal proposición al considerar que es anti-marroniano el
plasmar cualquier pensamiento por escrito, incluso en una pared y con tiza. No
obstante, reconsideré mi posición al observar detenidamente uno de esos
jeroglíficos urbanos de la subcultura hip-hop:
he allí, me dije, una materialización artística de la concepción marroniana
sobre la escritura. El curvilíneo mundo de las firmas hip-hoperas es fiel reflejo de lo que Marrón aborrece en lo
escrito: es incomprensible para cualquiera, menos para su autor y algún par de
“iniciados”; no sirve para otra cosa que para exaltar el ego del graffitero; y,
por último aunque no por ello menos importante, ensucia las paredes.
Hay, empero, otra
manifestación artística que podría tener sus raíces en el marronismo: el rock
nacional. Ya su nombre refleja el absurdo de llamar “nacional” a una
manifestación popular originada en el extranjero, y a cuya imagen y semejanza
se constituye. Pero, más allá de discusiones patrias, son las letras de los
principales conjuntos vernáculos los que transmiten la influencia del ideario
marroniano en forma de verso. Juegos de palabras (“estoy azulado” o “estoy a su lado”);
frases incoherentes o inexplicables (“si ya fui roto a tomar aire”); la
sensación de hartazgo y de encierro intelectual (“estoy verde, no me dejan salir”); la simpleza de barrio con toques de erudición afrancesada (“sube a mi voiture”); cierta exaltación del
primitivismo anti-intelectual mezclado con mensajes codificados de fácil
traducción (“oh, oh, oh, oh”); la crítica a los sofistas, opinólogos
profesionales o guitarreros (“quiero tocar la guitarra todo el día y que la gente se enamore de mi voz”); o la
profunda convicción de que es “mejor no hablar de ciertas cosas”, son solo
algunas muestras de cómo Vladimiro Marrón ha marcado la canción nacional desde,
al menos, los años ’80.
Ahora bien, hay
quizás una última expresión artística que exhala marronismo por todos los
poros: los comentarios de internet. Contrario a lo que muchos creen, no son un
mero epifenómeno de la comunicación digital: son una verdadera expresión
artística. Nuevamente, primero tuve reparos en admitirlo, ya que su naturaleza escrita es
anti-marroniana. Pero luego pensé: ¿qué hay más marroniano que ser
antimarroniano? ¿Y acaso no son los comentarios de internet, especialmente
aquellos ejecutados por los trolls (verdaderos
creadores del ciberespacio), una muestra del inconformismo frente la razón
establecida, al diálogo coherente y coercitivo, al pensamiento único? El
comentario de internet, que invoca pasiones enfrentadas, que provoca reacciones
y despierta conciencias, es una expresión artística que alcanza cotas sublimes
y que, como toda forma de arte incipiente, aún no sabemos enfocar, analizar ni
tan siquiera reconocer.
Pero todo se
andará.
Hay quienes me
han sugerido otras posibles muestras de arte marroniano, que podríamos comentar
y estudiar más adelante, a saber: el reality
show (un grotesco y absurdo programa de televisión donde todo lo que pasa
está completamente alejado de la realidad); el test del polígrafo (es decir,
una máquina que dibuja líneas estimulada, supuestamente, por la verdad y la
mentira, pero que es incapaz de revelar nada sobre el sentido último de las
palabras verdad y mentira); y, por supuesto, el arte
contemporáneo propiamente dicho (esto es, un montón de objetos inútiles y
extremadamente caros, que nadie sabe para qué sirven pero sobre los que todos
coincidimos que deben ser subvencionados con dinero público).
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