En España, los titulares de los diarios vienen a decir, más
o menos, todos lo mismo: “El Real Madrid pone el mundo a sus pies”. Lo tenían
preparado desde antes de que empezara el Mundialito de Clubes, porque en el fondo ya conocían
el final.
Toreros
Estoy convencido de que en estos lares nos les gusta el
fútbol, sino las corridas de toros. Pero el hecho de que maltratar animales
para divertirse tiene cada vez peor acogida entre el público general, ha hecho
que los españoles trasladen su gusto por el espectáculo taurino hacia el
fútbol. Lo que quieren ver es a dos rivales en pugna, donde uno tiene todas las
de ganar (el torero) y otro una mínima posibilidad de vencer (el toro).
A priori, uno ve al toro, negro, grande, bestial, y piensa
que el esmirriado diestro encajado en un ridículo traje de ballet decorado con
tapizados de Luis XV no tiene nada que hacer frente a semejante animal. Pero
enseguida sale de su engaño: el toro es un herbívoro rumiante que no tiene
instinto predador alguno, y que siempre está a la defensiva; el toro es un
animal bastante tonto, en comparación con el ser humano; el toro pelea solo,
mientas que al torero lo acompañan picadores, banderilleros y toda una
cuadrilla de ayudantes; el toro solo tiene sus cuernos y su fuerza, mientras
que el matador tiene picas, lanzas, estoques…
En definitiva, el torero no es solo el torero (quizás solo
en el primer tercio, cuando el toro aún no está herido y el diestro se enfrenta
al animal con su capote), sino que es un conjunto de humanos armados dispuestos
a matar al morlaco. El toro, por su parte, no está en la plaza para matar a
nadie, sino que intenta aguantar todo lo que puede los ataques que recibe, y
que aspira únicamente a que lo dejen en paz.
Y así es el fútbol que gusta en España: toreros contra
toros. Equipos que tienen todas las de ganar contra otros que intentan soportar
los ataques y salir lo más enteros posible del trance. Por lo tanto, el fútbol
español no consiste tanto en saber quién va a imponerse en cada partido, en la
competencia y la incertidumbre, sino en ver qué tan bien vence el equipo grande
(el torero) al equipo chico (el toro): todo se trata de estilo, de categoría,
de florearse, de decir “¡Olé!” cada vez que un defensor rival queda pagando
ante el delantero estrella. No importa si el grande gana todos los partidos uno
a cero y sale campeón: si no goleó y gustó, si no vendió una imagen de
superioridad aplastante y maneras artísticas, es posible que despidan al
director técnico. Del mismo modo que si un torero mata a un toro sin demasiadas
florituras, el público lo abuchea.
Ocasionalmente (muy ocasionalmente) el toro cornea a alguno
y entonces es un drama, un escándalo, una noticia digna de ser contada. Pero teniendo
en cuenta que cada torero se cepilla a 3 toros por tarde, y que las cogidas de toro son excepcionales,
llegamos a la conclusión de que en España siempre salen campeones el Real
Madrid o el FC Barcelona.
Burros
Durante el siglo XX, el fútbol mundial estuvo dominado por
los equipos de Europa y de América del Sur. Los mundiales de selecciones se
repartían entre los equipos de una y otra confederación, y casi todos los futbolistas
más importantes venían de aquellos países.
Así, pues, resultaba normal que una vez al año los clubes
que ganaban las competiciones continentales decidieran establecer un desafío
entre ellos y que llamaran a eso ser “campeón del mundo”. En esos torneos se
medían no solo los clubes en cuestión, sino filosofías de juego, maneras de
entender el fútbol.
Los partidos solían ser muy disputados (en ocasiones,
incluso violentos), y a veces ganaban los europeos, a veces los sudamericanos. En
cada uno de los equipos había jugadores en su plenitud de forma que integraban formaciones
consolidadas, alineaciones rodadas en varias temporadas, bases estables en
todas las líneas que año a año perdían algún efectivo y se reforzaban con otros.
Sin embargo, la cosa cambió y se desnaturalizó por completo.
A partir de los años ’90 (caso Bosman mediante) comenzó una tremenda fiebre de
exportación de futbolistas sudamericanos (con o sin pasaporte europeo) a clubes
de toda Europa. Las potentes economías europeas (al menos comparándolas con las
débiles economías sudacas) podían permitir a los clubes del viejo continente
unos ingresos superiores y, por lo tanto, unos gastos superiores. Abierta la
veda para meter en el plantel a cualquier argentino, brasileño o uruguayo con
ascendencia italiana, española o portuguesa (por mencionar lo más típico), los equipos
de la Unión Europea empezaron a llenarse de estrellas, promesas de estrellas, o
jugadores del montón procedentes de la Conmebol, aunque no fueran tan buenos.
En el siglo XXI, el tema se acentuó: aparecieron también
ligas de menor categoría (Ucrania, Rusia, China, Japón, Qatar, Estados Unidos, y
ahora la India) donde magnates con ganas de jugar al PC Fútbol intentaron subir
el caché de sus equipos importando brasileños, argentinos, colombianos,
yoruguas, paraguayos, ecuatorianos y demás. Eso multiplicó las posibilidades de
emigrar para los futbolistas sudamericanos[1].
Si tenemos en cuenta que los equipos de América del Sur
padecen la misma penosa situación económica que sus respectivos países (en
Argentina, casi todos los grandes están en la ruina), sumado a corruptelas y
desmanejos propios de la idiosincrasia nacional de cada región, obtenemos que
ningún equipo está en condiciones de igualar las ofertas económicas que los
equipos europeos (o de exóticas ligas financiadas por oligarcas) le brindan a
los futbolistas en activo. Y ya se sabe: la carrera de un deportista es corta
y, por más que ame a unos colores, tiene que hacer guita antes de retirarse.
Por otra parte, aunque quisieran, clubes como los argentinos son incapaces de retener a sus futbolistas, ya que la
mayoría de las veces el pase no pertenece al propio club, sino a empresarios y “fondos
de inversión” cuyo objetivo no es el desarrollo del deportista ni conquistar
campeonatos, sino enriquecerse con los traspasos de los jugadores.
Así las cosas, cualquier pibe que pinte bien, sea en Boca,
en Riber, en Atlético Rafaela o en
Defensa y Justicia, recibirá una oferta de Europa antes de que consiga
ser ídolo de su hinchada.
Cualquier club sudamericano tiene serios problemas para consolidar
un equipo base por más de seis meses, son completamente incapaces de retener a
sus máximas figuras y acaban conformando un plantel que mezcla jóvenes
(jovencísimas) promesas, con veteranos que están de vuelta de todo (muchos que
regresan tras su periplo europeo/exótico) más un montón de burros que no tienen
nivel suficiente para interesar a los que tienen más plata.
La corrida de burros
Llegamos así al “Mundialito” de clubes. Un torneo que es la
sombra desnaturalizada de aquel desafío intercontinental. Se ha incluido como
sparrings a los pobres equipos de África y la Concacaf (en ambos casos,
víctimas de expolios de futbolistas semejantes al sudamericano), y de Asia y
Oceanía (en ambos casos, lugares donde el fútbol no es el primer deporte). Es
decir, la FIFA viste de “mundial” al duelo intercontinental, aunque la
estructura del torneo esté pensada para que se enfrenten en la final el campeón
de la Champions League con el campeón de la Copa Libertadores. A veces hay
sorpresas, especialmente por el lado sudamericano, y se cuela en la final uno
de los invitados. Estuvo a punto de pasar este año, cuando San Lorenzo sufrió
en el alargue para ganarle al equipo semiprofesional del Auckland City. Al
final consiguió clasificarse y, entonces sí, tuvo lugar la corrida de burros.
El Real Madrid es un equipo hecho, armado, consolidado,
reforzado. Lleva al menos cuatro años estructurado, con una columna vertebral
inamovible (Casillas, Ramos, Xabi Alonso ‒ahora Kroos‒ y Cristiano Ronaldo),
jugando juntos, conociéndose, estableciendo un sistema de juego rápido,
efectivo. Es un club que, cuando pierde un jugador clave (Di María o Xabi
Alonso, por ejemplo), pone 100 millones de euros o más y se refuerza a lo
grande (Kroos, James). Es un equipo que tiene en el banco de suplentes la
formación que cualquier otro conjunto europeo soñaría con tener como titular (Keylor
Navas, Varanne, Illarramendi, Chicharito…).
San Lorenzo es un equipo maltrecho. El promedio de edad ronda
los 30 años (Yepes, 38; Mercier y Torrico, 34; Romagnoli, 33; Matos y Cetto,
32; Ortigoza, 30; Cauteruccio y Kalinski, 27), que perdió a algunas piezas
clave del equipo campeón de la Libertadores (Gentiletti, Piatti y Correa) y que
subsiste económicamente gracias a la intervención de un mecenas (Marcelo
Tinelli).
Y no, no es David contra Goliat. No se trata de que, con un
poco de ingenio y buena puntería, se puede derribar al gigante (eso es lo que
nos gusta creer a los que amamos el fútbol). Se trata de una corrida de toros
en condiciones, con sus picadores y banderilleros. San Lorenzo llegó a la final
como un toro malherido, sangrando, cansado. Intentó defenderse, intentó tirar
una cornada cuando pudo, pero el final ya estaba escrito. Soportó con dignidad,
pero fue poco más que un “toro manso”: no dio mucho juego al Real Madrid, que
se coronó campeón sin exhibirse y apenas si cortó una oreja.
El mundo a sus pies
De modo que el titular es poco más que engañoso. ¿El mundo a
sus pies? Apenas un pobre toro muerto. Un herbívoro sin instinto predador,
envejecido antes de tiempo, condenado al matadero desde el día en que nació.
[1]
Cabe destacar que en la selección argentina que ganó el Mundial de 1986 había
solamente 8 jugadores que militaban en equipos extranjeros, mientras que los 14
restantes jugaban en equipos argentinos. En el Mundial de
2014, solo 3 futbolistas estaban en equipos argentinos (Gago, Maxi Rodríguez y
Orión), y de ellos solo uno (el arquero suplente, Orión) no había jugado nunca
fuera de Argentina.
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