24 de mayo de 2010

Ahora Pappo saldría en defensa de Craig Venter



    Cada vez que se produce un descubrimiento y/o logro científico en el ámbito experimental y/o aplicado, la prensa repite las mismas cuatro o cinco frases, entre las que destacan:
- “Jugar a ser Dios”,
- “Genio o monstruo”,
- “Esto supone un antes y un después”,
sin olvidar, por supuesto, una serie de errores de comprensión, un puñado de matices ignorados y un amplio repertorio de reflexiones de sobremesa acerca de los límites éticos que deberían regir las investigaciones para proteger a la humanidad de su propia curiosidad.
    La ciencia teórica, al no producir ningún engendro tangible (y a pesar de que gracias a ella se planifican los experimentos a partir de los cuales surgen engendros tangibles como la bomba atómica o la oveja Dolly) se ve libre de este tipo de debates estériles que acosan a la investigación experimental. Las supercuerdas no parecen ser el tipo de cosas que amenazan nuestra vida cotidiana… a menos que alguien encuentre la forma de ahorcarnos con ellas
    En cambio, desde que el primer homínido encendió una llama, no faltó algún homo deploratio que elevara su queja ante la afrenta que ello supuso al orden natural (o divino, suponiendo que ya hubiese alcanzado ese nivel de pensamiento), anunciando terribles cataclismos flamígeros en el que el planeta entero se vería consumido por un gigantesco incendio desatado por la chispa del ingenio. Asimismo, se condenó la osadía de intentar crear aparatos voladores (“si Dios hubiese querido que voláramos, nos habría dado alas”, solía ser el argumento), se vaticinó el fin del mundo provocado por la energía nuclear que abastece de luz nuestros hogares y, ahora, se predice nuestra aniquilación a manos de un ejército de cyborgs, clones y mutantes comandados por Darth Vader, Roy Batty y Ramón Yarritu.

    ¿De dónde proviene ese miedo irracional hacia el, por otra parte, inevitable devenir de la investigación científica? Decía el célebre pensador, poeta y músico Norberto “Pappo” Napolitano: “Los hombres crearon dioses / y también la gran ciudad / pero siempre tienen algo, algo para rechazar” (Longchamps boggie, 1992). Esta pieza de filosofía, que aparenta ser apenas un relleno vocal para que se luzca la guitarra blusera de Napolitano, no deja de condensar unas cuantas verdades acerca de la humanidad y describe cabalmente la situación cíclica en que se ve envuelta la opinión pública ante cada hallazgo en ciencia aplicada.
    En primer lugar, Pappo comprende claramente que el pensamiento sobre lo divino no deja de ser un pensamiento sobre lo humano (“los hombres crearon dioses”) y que por ende es erróneo plantear la cuestión en términos de si el hombre desafía el lugar de Dios al, por ejemplo, mezclar ADN de dos especies distintas de bacterias: porque Dios es lo que el hombre quiere que sea, y por lo tanto el hombre mismo puede ser Dios.
    En segundo lugar, Pappo deja claro que el devenir del hombre es inseparable de su eterna, constante y cada vez mayor y más profunda intervención sobre el medio (expresada brillantemente bajo la metáfora de “la gran ciudad”). No obstante, “siempre tienen algo para rechazar”. Este inconformismo humano sobre su propia praxis como especie es al otra cara de la moneda, el reverso de la curiosidad científica. Es el puro instinto de conservación.
    Pero el instinto de conservación, cuando se desata en forma de enérgicas reacciones mediáticas, en el fondo sólo escenifica un ejercicio de prudencia, un aviso, un contrapeso al optimismo desmedido que suele acompañar (interesada o ingenuamente) cada resultado prometedor obtenido en los laboratorios.
    Decíamos más arriba que el devenir (jamás debe confundirse con el término “avance”) de la ciencia es inevitable. No queremos decir con ello que sea imparable ni que implique progreso o evolución algunos. Sólo señalamos el hecho de que todo aquello que pueda ser hecho, será hecho. Todo pasa, como diría Vladimiro Marrón. Una vez despertado el deseo de conocimiento, una vez instalada la curiosidad, es imposible evitar que se intenten hallar las respuestas a los interrogantes. La prudencia podrá demorar la investigación, incluso podrá intentar prohibirla (no debe menospreciarse el efecto de desafío que supone toda prohibición, casi una invitación a quebrantarla), pero tarde o temprano ésta encontrará su camino. Está en la naturaleza humana. Life finds a way. Es lo que somos.
    Así que parece también inevitable que los medios de comunicación vuelvan a bombardearnos con las mismas y remanidas sentencias ante el próximo gran anuncio de la ciencia experimental y/o aplicada. Mientras tanto, la lluvia sigue cayendo sobre un asfalto muy gris, aquí en Longchamps.
Washington Polidoro
(historiador uruguayo especializado en nuevas tecnologías) 

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