6 de noviembre de 2010

Lápices y bolígrafos

    Cuenta la leyenda que, cuando los astronautas de Estados Unidos volaron al espacio, descubrieron que no podían anotar las lecturas de los instrumentos en sus planillas porque la tinta de sus bolígrafos no fluía adecuadamente en ausencia de gravedad. Cuando volvieron a la Tierra comentaron el incidente a los técnicos de la NASA, quienes inmediatamente se pusieron a trabajar en la solución.
    Después de varios meses de investigaciones y unos cuantos cientos de millones de dólares invertidos, los técnicos consiguieron diseñar un sofisticado bolígrafo capaz de escribir en gravedad cero.
Años más tarde, cuando finalizó la Guerra Fría, los astronautas americanos y los cosmonautas rusos se encontraron en una estación espacial. Los estadounidenses hicieron entonces un descubrimiento que los sorprendió: desde el primer vuelo de Yuri Gagarin, los rusos habían estado escribiendo todo el tiempo con lápiz.

    Esta bonita anécdota, más allá de si es verdadera o falsa, deja algunas moralejas. La primera de ellas, y la que más interesa a los grandes empresarios y a los lectores del Marca, es que con el suficiente dinero se puede conseguir cualquier cosa. La segunda (y más interesante), es que la mitad de la solución depende de cómo se plantee el problema.
    De este modo, ¿cuál era el verdadero inconveniente de los astronautas? ¿Que no podían escribir con un bolígrafo en el espacio? ¿O, simplemente, que no podían escribir en el espacio? Los estadounidenses de esta historia respondieron a la primera pregunta; los rusos, a la segunda.

    Si analizamos los debates en torno a la edición digital de contenidos, en especial de los e-books, descubrimos que aún no existe acuerdo sobre cuál es realmente el problema.
    Las grandes empresas editoras asumen que en la edición digital hay muchos elementos que permanecen invariables con respecto a la edición tradicional: naturalmente, ellas mismas se definen como necesarias; pero también asumen que se mantendrá el mismo esquema de derechos de autor o la modalidad de consumo. Esto último se aprecia claramente en la obsesión por el e-book que, como su propio nombre indica, no es más que la traslación de la lógica editorial a un soporte electrónico.
    La pregunta que se formulan muchas empresas es, por lo tanto, ¿cómo puedo vender libros en Internet? No obstante, el propio concepto del libro como unidad es producto de las características técnicas de la edición en papel, y viene dada por la asimilación del contenido con su soporte. Así, a veces tenemos problemas para determinar si El Señor de los Anillos es un libro o tres (o seis, ya que cada tomo se divide, a su vez, en dos “libros”), o para referirnos a la Enciclopedia Británica como un libro. Permítaseme ser un poco radical: el libro no existe. Existen novelas, cuentos, manuales, enciclopedias, diccionarios, y un largo etcétera. Nunca tuvo mucho sentido la frase: “Estoy escribiendo un libro.”
    Lo lógico, entonces, es plantearse cómo pueden trasladarse ciertos contenidos al mundo digital. Las soluciones para un diccionario (como el de la RAE, sin ir más lejos) y una novela serán necesariamente diferentes. Dos cosas que antes ocupaban el mismo espacio en una estantería, en el universo digital puede presentarse de manera totalmente disímil.
    Sin embargo, los editores y distribuidores de libros están invirtiendo tiempo y dinero para idear fórmulas que les permitan continuar haciendo exactamente lo mismo que antes, pero en otro contexto.
    Mientras tanto, y entre muchos fenómenos que se vienen observando, empiezan a registrarse cambios en los hábitos de consumo (en lo que se lee, en cómo se lee, en cuánto tiempo se lee, y para qué se lee). A su vez, surgen obras colectivas cuya autoría es prácticamente inidentificable (como casi todo lo que viene precedido de wiki, aunque no únicamente), que a veces recuerdan mucho a los viejos y nunca bien ponderados anónimos, que en su mayoría no se elaboran con fines de lucro y que, a su vez, consiguen enormes cantidades de lectores. Y también ocurre que la reproducibilidad infinita de los contenidos digitales (posibilidad técnica, aunque no muchas veces legal) acerca el valor de cada copia a cero: es decir que cada vez estamos menos dispuestos a pagar por algo (el archivo) que “no cuesta” reproducir (a diferencia de un libro, cuya entidad material presupone, cuanto menos, el coste de papel y tinta).
    De este modo y volviendo a la fábula inicial, me atrevería a decir que mientras las grandes empresas vinculadas a la edición tradicional están diseñando costosos bolígrafos para escribir en el ciberespacio, el resto de la sociedad empieza a sacarle punta al lápiz.

2 comentarios:

David Soler dijo...

Es que eso mismo es lo que pasa. Pero no sólo (aún puedo acentuarlo, ¿verdad?) a las empresas (grandes) editoriales sino en general. La gran empresa por definición, por su bagaje, por su estructura interna, por tener accionistas y directivos, etc.. está "obligada" a trabajar con reconocidas agencias y consultoras y a gastar un mínimo por proyecto hecho. No es posible que un proyecto cueste menos de X. Y eso es lo que mantiene a muchas consultoras, que hacen un par de proyectos gordos y luego un montón para medianas.

Entonces, y una vez hecha la introducción, voy al tema. Con el "problema" de la digitalización, Internet, etc.. pasa lo mismo. Las grandes editoriales están buscando el gran problema y su solución en lugar de ponerse a caminar y experimentar. Pierden excesivo tiempo en diseñar la estrategia y no piensan nada en la táctica

Julio Cerletti dijo...

Gracias por el comentario, David.
Temo que la acción de las empresas tiene algún "efecto contagio" sobre el resto de al sociedad, que asume que lo que hacen las corporaciones tiene sentido, aunque en realidad no lo tenga...
Ah, otra cosa: me apena decirlo, pero ya no se puede escribir "solo" con tilde... ;-)