14 de diciembre de 2011

Historia de un presente histórico


Avejentado, originalmente cargada por My Buffo XP.


Cathago delenda est, como decía el Gran Catón. Lo que me lleva a reflexionar sobre la historia, la Historia, el presente, el pensamiento sobre la Historia y lo que significa hacer Historia.

Decía el famoso historiador Tabb Capslocke que “la Historia se escribe en pasado”. Conocida es la posición de este investigador, creador de múltiples publicaciones y, especialmente, de magníficas obras de divulgación, algunas de ellas auténticos best-sellers: según Capslocke, la Historia necesita reposo, análisis, dejar transcurrir el tiempo, tomar distancia. El pensador estadounidense no creía que fuera posible historiar acontecimientos recientes, máxime si sus principales protagonistas y testigos permanecían aún con vida (ni qué decir si permanecían aún con ambiciones de poder). Para el historiador, la existencia de conflictos presentes anulan las posibilidades del trabajo realmente científico que atañe al académico; incluso sus propios intereses como ciudadano pueden influir en el juicio del historiador sobre los hechos inmediatos.

Es común leer y oír que “vivimos momentos históricos” o que “asistimos a un hecho histórico” o que “tal cosa hará Historia”. Esta pretensión presente de aventurar lo que será importante para la humanidad de siglos venideros no pasaría de una mera invocación retórica, de un delirio de grandeza o de una apuesta incierta (errare humanum est), si no fuera por que cuenta con numerosos profesionales de la Historia dispuestos a secundar tales atrevimientos: a diario se publican libros y artículos apoyando estas tesis absurdas. Creo que es imperioso separar el pasado y la Historia, por un lado, del presente y la Política, por el otro. De manera tajante. Y ya.

Por ello, en su día respaldé las tesis de Capslocke y propuse un sistema de discriminación entre pasado y presente: sugerí crear unidades históricas definidas en torno a las llamadas etapas/acontecimientos, que involucran hechos relativos a una generación de personas; sin embargo, para determinar qué hechos descendían a la categoría de no-históricos, debía tomarse el promedio de acontecimientos de las últimas tres generaciones y verificar cuáles no se repetían en las generaciones anteriores. Ahora bien, eso es válido para la historia local, pero para la sudamericana, por ejemplo, podían tomarse la suma de acontecimientos de las dos generaciones previas a la actual, ya que la distancia afectiva con los acontecimientos foráneos disminuye el riesgo de percepción distorsionada.

Sin embargo, este (para mí brillante) totum revolutum de generaciones y hechos no prosperó en los ambientes intelectuales.
Alguien proclamó entonces: el pasado es una obviedad. O, en palabras de Marta Royo, “Troiana fabula clara est”. Es decir: lo pasado pisado, y como tal, asentado y consolidado sobre el terreno. El historiador solo debe trabajar sobre los hechos firmes, casi diría fosilizados. El presente, en cambio, es un campo de batalla donde todas las armas son válidas en pos de fines efímeros, incluyendo la manipulación de la Historia.
En este contexto, Vladimiro Marrón pronunció una frase que, además de granjearle otra disputa legal con Tabb Capslocke (mox discordia inter pueros est), vino a señalar la importancia de un tema crucial para el debate sobre la deontología histórica. Dijo Marrón: “la Historia se escribe en pasado”.
Suena igual a la frase de Capslocke, pero refiere a otro problema, uno mucho más práctico, de índole más mundana; un problema tan concreto y sencillo como el de si debemos convocar solo a historiadores locales cuando el Congreso se celebra en Mar del Plata, y únicamente llamamos a los que residen en el extranjero cuando el Congreso se organiza en Ginebra. Lo que Vladimiro Marrón señaló con esa afirmación fue una advertencia a los historiadores y estudiantes de Historia, fue su particular Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra; reclamó con su sentencia un hartazgo personal que, a su vez, traspasa fronteras y alcanza el sentir de miles de estudiosos: Vladimiro Marrón protestó contra el desagradable y extendido uso y abuso del presente histórico. ¿O es que a nadie le suena realmente horrible leer cosas como “Augusto se embarca hacia Sagunto, desde donde planea avanzar hacia el norte”? ¡Pero Augusto lleva muerto y enterrado casi dos mil años!
En definitiva, Capslocke y Marrón, unidos en el pensamiento y separados en los tribunales, enfocan dos facetas del mismo problema: el presente histórico, ese tiempo verbal ambiguo que narra hechos del pasado como si estuviesen ocurriendo simultáneamente, ahora mismo, en el preciso instante en que tecleo este texto; y la historia del presente, el narrar acontecimientos de actualidad como si fuesen acontecimientos pasados, pisados y fosilizados. ¿Qué influyó sobre qué? ¿Acaso el presente histórico moldeó erróneamente a los historiadores para hacerles creer que lo actual es objeto de la Historia? ¿O quizás fue al revés, que la conceptualización del presente como materia historiable arrastró al lenguaje hacia la anulación de toda diferencia temporal?
De momento hay quienes afirman lo uno y quienes lo otro. Y podríamos estar así in saecula saeculorum a menos que se organice algún mecanismo fiable de desempate, una suerte de repechaje intelectual que dirima de una vez por todas el misterio pero que, por sobre todas las cosas, deje a la Historia en el pasado y a las historias en el presente.


J. Grondona (filósofo argentino)

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