
Avejentado, originalmente cargada por My Buffo XP.
Cathago delenda est, como decía el Gran Catón. Lo que me lleva a
reflexionar sobre la historia, la Historia, el presente, el pensamiento sobre
la Historia y lo que significa hacer
Historia.
Decía el famoso
historiador Tabb Capslocke que “la Historia se escribe en pasado”. Conocida es la posición de este investigador, creador de múltiples publicaciones y,
especialmente, de magníficas obras de divulgación, algunas de ellas auténticos best-sellers: según Capslocke, la
Historia necesita reposo, análisis, dejar transcurrir el tiempo, tomar
distancia. El pensador estadounidense no creía que fuera posible historiar
acontecimientos recientes, máxime si sus principales protagonistas y testigos
permanecían aún con vida (ni qué decir si permanecían aún con ambiciones de
poder). Para el historiador, la existencia de conflictos presentes anulan las
posibilidades del trabajo realmente científico que atañe al académico; incluso
sus propios intereses como ciudadano pueden influir en el juicio del
historiador sobre los hechos inmediatos.
Es común leer y
oír que “vivimos momentos históricos” o que “asistimos a un hecho histórico” o
que “tal cosa hará Historia”. Esta pretensión presente de aventurar lo que será
importante para la humanidad de siglos venideros no pasaría de una mera
invocación retórica, de un delirio de grandeza o de una apuesta incierta (errare humanum est), si no fuera por que
cuenta con numerosos profesionales de la Historia dispuestos a secundar tales
atrevimientos: a diario se publican libros y artículos apoyando estas tesis
absurdas. Creo que es imperioso separar el pasado y la Historia, por un lado,
del presente y la Política, por el otro. De manera tajante. Y ya.
Por ello, en su
día respaldé las tesis de Capslocke y propuse un sistema de discriminación
entre pasado y presente: sugerí crear unidades históricas definidas en torno a
las llamadas etapas/acontecimientos, que
involucran hechos relativos a una generación de personas; sin embargo, para
determinar qué hechos descendían a la categoría de no-históricos, debía tomarse el promedio de acontecimientos de las
últimas tres generaciones y verificar cuáles no se repetían en las generaciones
anteriores. Ahora bien, eso es válido para la historia local, pero para la
sudamericana, por ejemplo, podían tomarse la suma de acontecimientos de las dos
generaciones previas a la actual, ya que la distancia afectiva con los
acontecimientos foráneos disminuye el riesgo de percepción distorsionada.
Sin embargo, este
(para mí brillante) totum revolutum
de generaciones y hechos no prosperó en los ambientes intelectuales.
Alguien proclamó
entonces: el pasado es una obviedad. O, en palabras de Marta Royo, “Troiana fabula clara est”. Es decir: lo
pasado pisado, y como tal, asentado y consolidado sobre el terreno. El
historiador solo debe trabajar sobre los hechos firmes, casi diría fosilizados.
El presente, en cambio, es un campo de batalla donde todas las armas son
válidas en pos de fines efímeros, incluyendo la manipulación de la Historia.
En este contexto,
Vladimiro Marrón pronunció una frase que, además de granjearle otra disputa legal con Tabb Capslocke (mox discordia
inter pueros est), vino a señalar la importancia de un tema crucial para el
debate sobre la deontología histórica. Dijo Marrón: “la Historia se escribe en
pasado”.
Suena igual a la
frase de Capslocke, pero refiere a otro problema, uno mucho más práctico, de
índole más mundana; un problema tan concreto y sencillo como el de si debemos
convocar solo a historiadores locales cuando el Congreso se celebra en Mar del
Plata, y únicamente llamamos a los que residen en el extranjero cuando el
Congreso se organiza en Ginebra. Lo que Vladimiro Marrón señaló con esa afirmación
fue una advertencia a los historiadores y estudiantes de Historia, fue su
particular Quousque tandem abutere,
Catilina, patientia nostra; reclamó con su sentencia un hartazgo personal
que, a su vez, traspasa fronteras y alcanza el sentir de miles de estudiosos:
Vladimiro Marrón protestó contra el desagradable y extendido uso y abuso del presente histórico. ¿O es que a nadie le
suena realmente horrible leer cosas como “Augusto se embarca hacia Sagunto,
desde donde planea avanzar hacia el norte”? ¡Pero Augusto lleva muerto y
enterrado casi dos mil años!
En definitiva,
Capslocke y Marrón, unidos en el pensamiento y separados en los tribunales,
enfocan dos facetas del mismo problema: el presente histórico, ese tiempo
verbal ambiguo que narra hechos del pasado como si estuviesen ocurriendo
simultáneamente, ahora mismo, en el preciso instante en que tecleo este texto;
y la historia del presente, el narrar acontecimientos de actualidad como si
fuesen acontecimientos pasados, pisados y fosilizados. ¿Qué influyó sobre qué?
¿Acaso el presente histórico moldeó erróneamente a los historiadores para
hacerles creer que lo actual es
objeto de la Historia? ¿O quizás fue al revés, que la conceptualización del
presente como materia historiable arrastró al lenguaje hacia la anulación de
toda diferencia temporal?
De momento hay
quienes afirman lo uno y quienes lo otro. Y podríamos estar así in saecula saeculorum a menos que se
organice algún mecanismo fiable de desempate, una suerte de repechaje
intelectual que dirima de una vez por todas el misterio pero que, por sobre
todas las cosas, deje a la Historia en el pasado y a las historias en el
presente.
J.
Grondona (filósofo argentino)
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