El nieto de Estela de Carlotto me importa un bledo. Estela
de Carlotto me importa un pepino. Los nietos desaparecidos y las Abuelas de
Plaza de Mayo me dan igual.
Dicho así, hoy, el asunto suena feo. Suena a buscarroñas o a
contrera; o a insensible o a desmemoriado.
Pero no. Se trata de formular de manera grotesca, absurda,
exagerada, lo que en realidad ocurre todo el tiempo.
A diario desaparecen y han desaparecido muchos nietos de abuelas
desesperadas que nos importan un pimiento. Nos da igual si están vivos o
muertos, cómo se llaman, qué habrá sido de sus vidas, por qué se esfumaron. Puede
ser un sirio entre los escombros de una bomba o un pibe raptado en los
alrededores de la estación de trenes de Constitución; puede ser un ruso
arrancado a sus padres desertores durante la época de la URSS o un mexicano
secuestrado por una psicópata estéril en algún lugar del medio-oeste de EEUU; puede
ser un niño reclutado como soldado en algún conflicto absurdo del África
Central o un indonesio ahogado cuando su embarcación intentaba llegar
clandestinamente a las costas de Australia.
¿Qué tiene de diferente este caso con respecto a los otros? Quizás, se dirá, que me toca más de cerca, como argentino
(aunque el pibe de Constitución…). Pero cuando uno sale del barrio y ve que hay
un mundo enorme ahí afuera, lleno de gente que es como uno aunque hable en otro
idioma, tenga otra piel, coma distinto y no sepa lo que es el fútbol, uno
aprende a valorar lo bueno y lo malo del planeta de igual modo, por más que
ocurra en la otra punta del lugar que nos vio nacer. Un nieto desaparecido es,
para cualquier abuelo del mundo (y especialmente si viene aparejado con la
pérdida del hijo), una tragedia. ¿Por qué me tiene que afectar más, humanamente
hablando, aquella o esta?
Tal vez, entonces, porque el cómo: el origen del suceso fue una acción sistemática del Estado y
no el azar de una tormenta o de la psicosis. Pero en ese caso, lo importante
fue lo que pasó, y nuestra atención debería dirigirse a asegurarnos de que no
sigue pasando, de que no vuelve a pasar. El caso puntual debe quedar
circunscrito a la órbita de la víctima, de su familia y, eventualmente, de la
reparación que deba realizar el Estado (todos nosotros, sí, pero a nivel
institucional, no personal ni emotivo).
¿Acaso porque es emblemático? En la aburrida tesina que puso
final a mi carrera de Ciencias de la Comunicación intenté describir por qué los
casos puntuales no nos ayudan en nada. Entre las consecuencias perniciosas de
la existencia de un caso está el efecto de la distracción: pareciera como si el
problema de fondo que ejemplifica se resolviera definitivamente con el desenlace
del caso; nos centramos, por tanto, en las peculiaridades y los detalles del ejemplo
y perdemos de vista que no es más que un
caso en una serie. Así, da la impresión de que ahora podemos dar carpetazo al
asunto de las Abuelas porque ya apareció el nieto de Carlotto. Que no jodan más
la viejas.
Por otra parte, en el análisis que hice (y en la bibliografía
que lo acompañaba) se explicaba que el caso se vuelve caso, salta a los medios,
por motivos que van más allá de su interés humano: el lobby, la capacidad de
presión de un grupo, los contactos entre fuentes y medios, y también el dinero
abren la puerta de un caso a la realidad mediática. Evidentemente, nadie puede
negar que uno de los objetivos de las Abuelas (y de las Madres) fue
precisamente el de dar notoriedad a su(s) caso(s), y desde su punto de vista el
éxito es aplaudible. Pero nosotros (el resto) como sociedad no deberíamos hacer
de su causa nuestra causa solo porque han sido capaces de gritar más alto, más
fuerte y mejor que los miles de desgraciados de todo el mundo (incluida
Argentina) que pierden a sus hijos o nietos y no tienen forma de hacer oír su
dolor, porque son parias marginales, y sospechosos de todo en cualquier caso.
Yo no me siento mejor porque esta abuela en particular haya
encontrado a su nieto. Entiendo su alegría,
pero no nuestra alegría.
Me gustaría decir que a mí me preocupan más los pibes que
desaparecen ahora: los refugiados de mil guerras que son vendidos en su
vulnerabilidad como esclavos; las jóvenes eslavas reclutadas con falsas
promesas para ser prostituidas en la próspera Europa occidental; los muchachos
que se esfuman en las populosas y empobrecidas ciudades de la India sin dejar
rastro.
Pero es mentira. Especialmente cuanto más pobres, cuanto más
silenciosos, cuanto más lejos, a mí, a vos, a todos nos chupan un huevo.
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