6 de agosto de 2014

Los nietos desaparecidos me importan un quinoto


El nieto de Estela de Carlotto me importa un bledo. Estela de Carlotto me importa un pepino. Los nietos desaparecidos y las Abuelas de Plaza de Mayo me dan igual.

Dicho así, hoy, el asunto suena feo. Suena a buscarroñas o a contrera; o a insensible o a desmemoriado.

Pero no. Se trata de formular de manera grotesca, absurda, exagerada, lo que en realidad ocurre todo el tiempo.

A diario desaparecen y han desaparecido muchos nietos de abuelas desesperadas que nos importan un pimiento. Nos da igual si están vivos o muertos, cómo se llaman, qué habrá sido de sus vidas, por qué se esfumaron. Puede ser un sirio entre los escombros de una bomba o un pibe raptado en los alrededores de la estación de trenes de Constitución; puede ser un ruso arrancado a sus padres desertores durante la época de la URSS o un mexicano secuestrado por una psicópata estéril en algún lugar del medio-oeste de EEUU; puede ser un niño reclutado como soldado en algún conflicto absurdo del África Central o un indonesio ahogado cuando su embarcación intentaba llegar clandestinamente a las costas de Australia.

¿Qué tiene de diferente este caso con respecto a los otros? Quizás, se dirá, que me toca más de cerca, como argentino (aunque el pibe de Constitución…). Pero cuando uno sale del barrio y ve que hay un mundo enorme ahí afuera, lleno de gente que es como uno aunque hable en otro idioma, tenga otra piel, coma distinto y no sepa lo que es el fútbol, uno aprende a valorar lo bueno y lo malo del planeta de igual modo, por más que ocurra en la otra punta del lugar que nos vio nacer. Un nieto desaparecido es, para cualquier abuelo del mundo (y especialmente si viene aparejado con la pérdida del hijo), una tragedia. ¿Por qué me tiene que afectar más, humanamente hablando, aquella o esta?

Tal vez, entonces, porque el cómo: el origen del suceso fue una acción sistemática del Estado y no el azar de una tormenta o de la psicosis. Pero en ese caso, lo importante fue lo que pasó, y nuestra atención debería dirigirse a asegurarnos de que no sigue pasando, de que no vuelve a pasar. El caso puntual debe quedar circunscrito a la órbita de la víctima, de su familia y, eventualmente, de la reparación que deba realizar el Estado (todos nosotros, sí, pero a nivel institucional, no personal ni emotivo).

¿Acaso porque es emblemático? En la aburrida tesina que puso final a mi carrera de Ciencias de la Comunicación intenté describir por qué los casos puntuales no nos ayudan en nada. Entre las consecuencias perniciosas de la existencia de un caso está el efecto de la distracción: pareciera como si el problema de fondo que ejemplifica se resolviera definitivamente con el desenlace del caso; nos centramos, por tanto, en las peculiaridades y los detalles del ejemplo y perdemos de vista que no es más que un caso en una serie. Así, da la impresión de que ahora podemos dar carpetazo al asunto de las Abuelas porque ya apareció el nieto de Carlotto. Que no jodan más la viejas.

Por otra parte, en el análisis que hice (y en la bibliografía que lo acompañaba) se explicaba que el caso se vuelve caso, salta a los medios, por motivos que van más allá de su interés humano: el lobby, la capacidad de presión de un grupo, los contactos entre fuentes y medios, y también el dinero abren la puerta de un caso a la realidad mediática. Evidentemente, nadie puede negar que uno de los objetivos de las Abuelas (y de las Madres) fue precisamente el de dar notoriedad a su(s) caso(s), y desde su punto de vista el éxito es aplaudible. Pero nosotros (el resto) como sociedad no deberíamos hacer de su causa nuestra causa solo porque han sido capaces de gritar más alto, más fuerte y mejor que los miles de desgraciados de todo el mundo (incluida Argentina) que pierden a sus hijos o nietos y no tienen forma de hacer oír su dolor, porque son parias marginales, y sospechosos de todo en cualquier caso.

Yo no me siento mejor porque esta abuela en particular haya encontrado a su nieto. Entiendo su alegría, pero no nuestra alegría.

Me gustaría decir que a mí me preocupan más los pibes que desaparecen ahora: los refugiados de mil guerras que son vendidos en su vulnerabilidad como esclavos; las jóvenes eslavas reclutadas con falsas promesas para ser prostituidas en la próspera Europa occidental; los muchachos que se esfuman en las populosas y empobrecidas ciudades de la India sin dejar rastro.

Pero es mentira. Especialmente cuanto más pobres, cuanto más silenciosos, cuanto más lejos, a mí, a vos, a todos nos chupan un huevo.

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