He descubierto que hay palabras o expresiones que me caen decididamente mal. Empiezo a detallar las que voy detectando:
proactivo, proactividad:
invento que llegó probablemente al castellano a través del inglés proactive, a pesar de su evidente origen
latino. Supuestamente, se refiere a una actitud (creativa, voluntariosa, predispuesta
a tomar la iniciativa) y reúne la palabra activo
o actividad junto al prefijo pro-, en su sentido de “impulso o
movimiento hacia delante” (DRAE). Es
parte de la jerga hueca del “management”
que se emplea con pretensiones pseudotécnicas que no aportan nada, pero que se
ponen de moda velozmente y circulan en los ámbitos profesionales como panaceas
de los recursos humanos: “Hace falta gente proactiva”.
argento: adjetivo de origen difuso que pretende reemplazar en la jerga coloquial
al gentilicio habitual (argentino), por motivos igualmente difusos. Sospecho
que la i haga que argentino suene como un diminutivo, como
algo menor o insignificante; quizás argento
tiene más sonoridad y presencia (es más viril) que argentino, palabra tan desprovista de vigor como los suaves colores
de nuestra bandera. No obstante, yo no soy argento, sino argentino. Argento es
un director italiano de películas de terror.
frases hechas en
inglés (p.ej.: too much): no las
necesito. No ahorran palabras, no aportan nada a la comunicación y la mitad de
las veces las pronunciamos mal (por defecto o por exceso, con afectación).
recepcionar: habiendo un verbo vejo y conocido, que es recibir, ¿para qué cuernos inventarse un
vocablo derivado de recepción (que
deriva de recibir), convirtiendo en regular un verbo irregular bajo el amparo
de que su significado es “más técnico” o excusas por el estilo?
flipar, molar y otros verbos “juveniles” españoles: no me gusta cómo suenan, no me acostumbro todavía a sus usos y
aplicaciones, y no son imprescindibles para la comunicación.