Partamos de la base de que el fútbol es un deporte de equipo
y, por consiguiente, lo que importa es tener un buen equipo.
Un buen equipo es más que la suma de buenos jugadores (como lo
demostró Brasil en más de una ocasión): es organización, entendimiento sin
palabras, ideas claras, variantes, solidaridad, entrega, compañerismo… Una
serie de cosas que pueden convertir a una banda de delincuentes en una
selección campeona (Grecia, en la Eurocopa de 2004) o al menos finalista (Argentina,
en el Mundial de 1990).
Más allá de eso, está claro que uno siente debilidad por
algunas figuras puntuales. Y por ello suelen producirse a menudo discusiones absurdas
acerca de cuál es el mejor futbolista del mundo. Por lo habitual, en esta competición
cuentan con ventaja los delanteros o mediocampistas ofensivos. No falta razón,
en tanto algunos de estos jugadores son clave para cumplir con el objetivo principal
del juego (hacer más goles que el rival). Pero también es cierto que casi nadie
valora lo suficiente el trabajo de un Gattuso, de un Puyol, de un Mascherano o
incluso de un Arruabarrena, encargados de recuperar la pelota que perdió alguno
de esos delanteros en una gambeta fallida para ponerla de nuevo en el frente de
ataque.
Ahora bien, más allá de gustos y apreciaciones personales, no
existe un criterio objetivo para determinar cuál es el mejor jugador del mundo:
no hay parámetros que puedan definir si tal o cual jugador supera a tal o cual
otro. Las estadísticas enmascaran y retuercen lo que uno ve en el terreno de
juego. Esto no es baseball, ni basket; acá no cuentan los home-runs ni los rebotes. Así que
propongo un método que, pese a ser subjetivo, es sencillo y fácil de comprender
por cualquiera.
Suponete que vas a jugar un partido entre amigos, pero a
última hora faltan todos menos uno. Ahí estás vos con tu compañero, una pelota
aburrida en un rincón, y un cúmulo de insultos para con los impresentables de los
ausentes (y sus novias, madres, hijos, compromisos laborales y demás coartadas
para abandonar la práctica del deporte rey). Cuando están los dos en plena desolación,
juntando sus cosas para volver a casa con la frente marchita, baja Dios
(Maradona, o sea) y les dice: “Por ser ustedes, porque se vinieron a jugar
igual, a pesar de que todos los abandonaron, a pesar del frío o del calor, del
cansancio o de la falta de estado físico; porque ustedes son de los que creen
que la pelota no se mancha, les voy a dejar jugar un partido de fútbol con los mejores.
Agarren los diez jugadores profesionales que quieran, de cualquier parte del planeta,
y ármense el equipo para hoy”.
Entonces vos te mirás con tu amigo y deciden hacer el “pan y
queso” para determinar quién elige primero. Y te toca a vos. Así, con todos los
futbolistas en activo del mundo entero a tu disposición, te toca escoger
primero. Tenés que asegurarte una pieza clave en tu equipo antes de que lo haga
tu amigo: ¿a quién elegís?
Ese que elijas es, para vos, el mejor jugador del mundo.
(P.S.: A mí me parece que, hoy en día, el que no elija a
Messi mete la pata).